LA BELLEZA FISICA POCO TIENE QUE VER CON EL AMOR

Bebé!! Yo sé que tenía el blog súper olvidado, pero no por falta de ganas o de letras, sino por falta de tiempo, pero bueno aquí estamos de nuevo :)
Ayer, con ese friíto rico de sábado en la noche, con lluvia afuera pero calorcito en la cama, me puse a ver una película en #Netflix que tenía pendiente y en la lista: “Nappily Ever After: El rizado camino a la felicidad”. La verdad no le tenía mucha fé, pero realmente me sorprendió y me hizo volver a parar de evadir preguntas internas que me he hecho desde hace mucho.
Trata sobre una chica afro que desde pequeña su madre aplancha diariamente su cabello para hacer creer a todos los demás que es lacia, negando su cabello rizado. Luego cuando crece y comienza a vivir las relaciones de pareja, se enfrenta a sí misma y a detener todos esos paradigmas heredados de su madre, que no le pertenecían pero que ella había decidido asumir hasta ese momento. Estos paradigmas, que pueden verse como “inofensivos” y superficiales calan profundamente en lo que ella es y por ende se vuelven bloqueos en sus relaciones de pareja.
Muchas historias nos han hablado de esa relación que hay en la cultura occidental sobre belleza y amor: canciones como “pretty hurts” de #Beyoncé o la canción del Girasol en “Sierra Burges es una Loser” y ni hablar de #Disney, de Ravena la madrastra de Blanca Nieves y el conjuro que ella le decía al espejo.
Pero bueno, al igual que Violet (como se llamaba la protagonista) crecí entendiendo que la forma, como me veía, hablaba de lo que yo era, me definía. Cuando era chiquito pasaba horas y días enteros en la casa de mis tías y las veía como se arreglaban, se echaban cremas, se perfumaban al igual que mi mamá, quien llegaba tarde a todos lados por arreglarse, por maquillarse y salir de la casa hermosa. Veía como hacían dietas entre todas, dejaban de consumir algunos alimentos porque engordaban, se pesaban semanalmente, se quejaban día y noche sobre el peso, se decían unas a otras si habían engordado o no y siempre que saludaban a alguien lo primero que le decían era: “¡como estas de flaca!”, sorprendidas. Yo crecí entendiendo que como me veían los otros, era importante, que debía ser hermoso, que era una responsabilidad que yo debía asumir y llevar.
Entonces así fue, y cuando crecí y comencé a vivirme en el mundo gay, en su cultura y su discurso, todo se tornó mucho más exigente y más difícil. Y es que este discurso del que hablo que existe en el mundo gay (y que también existe en el "mundo straight"), es el imaginario en el que entendemos que entre más bellos físicamente seamos, entre más respondamos a sus canones de belleza más probabilidad tenemos de ser amados, somos más merecedores y dignos de amor. Eso lo entendí cuando tenía 18 años y andaba cada 8 días en discos gay diferentes esperando ser lo suficientemente hermoso para alguien.
Me obsesioné por cómo me veía y como quería que me vieran los demás, en ser deseable para todos. En construir un cuerpo y construir un estándar de belleza para otro y no para mí, para gustarle a otro sin importar si me gustaba o no a mí mismo. Siempre estaba pendiente de estar “perfecto” siempre, siempre… siempre. & obviamente, llego alguien, y mientras nos conocíamos yo me imaginaba un futuro brillante como el que me había prometido ese imaginario: “si eres bello el amor es para ti”… hablábamos por whatsapp día y noche, fotos iban y fotos venían, nos veíamos, y así sucesivamente con varias personas que llegaban atraídos por cómo me veía, y que creábamos “algo” sobre la superficie, porque cuando nos adentrábamos a mostrarnos como éramos, todo terminaba.
Miles de cosas llegaban a mi cabeza, pasaba días enteros entusado preguntándome, juzgándome y echándome la culpa por no ser lo suficientemente hermoso o atractivo físicamente como para que “el amor se quedara”. Comparándome con otros, con los que veía en instagram, con los que veía en la calle, compitiendo y desgarrándome por dentro. En el momento de mi vida donde me veía mejor, donde me veía mas hermoso era cuando no estaba con nadie. Y es porque a veces, por decepciones amorosas, le permitimos al otro que nos defina haciéndonos sentir que “nos faltaba algo” o que “teníamos algo de malo”... y nos quedamos con eso, y nos creamos heridas propias con concepciones que no nos pertenecen, con concepciones de otros. & caemos en un círculo vicioso, algo que se repite y se repite en donde vemos que cuando no tenemos amor, el premio de consolación es ser deseables, deseados.
Nos enseñan a ser deseables y a ser todo lo que otro hombre quiere que seamos, pero no nos enseñan a ser lo que nosotros queramos ser. Por eso nos cuesta tanto el amor propio, porque desde chiquitos nos enseñan a amar a otros, complacer a otros y no a amarnos a nosotros mismos. No nos enseñan a cuidar nuestro cuerpo o nuestra piel como respuesta a todo el amor y respeto que nos tenemos y a honramos a nosotros mismos, sino que nos hacen entender que el cuerpo y como nos vemos es nuestro pase para entrar en la vida de otros, en los corazones de los demás.
Como se los he contado en post diferentes o algunos trinos, un día paré esa montaña rusa y me bajé, porque no quería seguir en esa frecuencia, porque tenía que pedirme perdón por compararme, por juzgarme, por creer que eso me definía y por haberme visto como un objeto y no como el maravilloso ser humano que soy.
Y después de varias caídas, entendí que las relaciones basadas en ese discurso de esa cultura que permea a la cultura gay, de la fachada, tienen una maldición mucho peor que la del espejo de la reina de blanca nieves… y es que están condenadas a acabarse a los tres meses, por mostrarse como no son, por ser solo marketing personal, por vender lo que el otro quiere ver mas no lo que realmente son… a esas personas, las que se enamoran de la superficie, las que ven al otro como un llavero para mostrar, a esas personas siempre los va a perseguir esa sombra, el bloqueo en las relaciones de pensar que lo que vemos por fuera es lo que nos define y lo que nos hace merecedores de amor.
La culpa no fue de mis tías, ni de mi mami, ni de mi familia… yo era el único que tenía la responsabilidad, porque las personas hacen cosas pero solo uno es quien decide si las asume o no. Entendí que el amor solo llega cuando uno se ama en el momento perfecto e indicado, que mi cuerpo y como veo solo tienen que responder a una opinión: la mía y que un canon de belleza, poco tiene que ver con el amor.