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LAS HERENCIAS DEL AMOR.


La semana pasada sentía que tocaba fondo. Sentía que llegaba a lo más hondo, a un lugar donde nunca había llegado. A un lugar que no conocía de mí. La semana pasada sentía como llegaba a mi vacío, ese espacio donde pensamos que no “tenemos nada” pero en donde lo tenemos todo.


La semana pasada terminaba una experiencia increíble, de la que no podía hablar (preferiblemente) hasta que se hiciera un cierre de ella. La semana pasada culminé un primer episodio de una experiencia llamada “CONSTELACIONES FAMILIARES”, en donde yo, junto a Ana, Lina, Savi, Marce, Anita, Vivi y Meli, entrelazamos nuestras historias, gracias a la magia vibracional de las frecuencias semejantes, como las estrellas se forman para crear figuras hermosas en el cielo. Guiados por Naty (@nathyangelesyconstelaciones) & mi coach, Gatisha (@gatishaoficial) nos adentramos a ver, en lo profundo de nuestros corazones, eso que nos pedía el alma que reconociéramos.


Sí, todo suena hermoso, como una rima perfecta o como la canción más hermosa de Sam Smith, pero lo cierto es que hacer “Constelaciones Familiares” es una herramienta grandiosa para mirar hacia adentro, hacia nuestros padres, nuestra familia y nuestro clan, de dónde venimos y a dónde vamos. Sí, duele re-mover, sacar de la zona de confort, volver consiente lo inconsciente, lo que un día decidimos tapar debajo de nuestra alfombra mental porque nos dolía demasiado verlo. Las constelaciones son, eso que hacemos para ver, reconocer, hacer consiente y tomar todo lo que nos dieron papá y mamá.


Creo profundamente en que no venimos a esta experiencia humana “por casualidad”. Como tampoco es casualidad que hayamos nacido donde nacimos, bajo todo el contexto que nos permeaba. Creo que venimos con un pacto mágico, místico y perfecto, entre seres de luz que se escogen como maestros para esta vida. Que una madre siente a su hijo, un hijo a su padre, un hermano a su hermana, tu a mí, yo a ti, y a él y a ella porque somos uno…. Todos somos uno.


Yo iba por la vida entendiendo las cosas como verdades absolutas, sin detenerme un momento a preguntarme a que se debían, o de dónde venían. Pensaba y juraba que lo que consideraba convicción estaba en mí porque “así era yo”. Y sí, “así FUÍ”, en pasado, hasta que paré un segundo y me pregunté por lo que sucedía en mi vida. ¿Por qué atraía a los hombres que atraía? ¿Por qué me relacionaba de la manera en la que me relacionaba con los manes? ¿De dónde había sacado “verdades” sobre la vida, el amor y las relaciones si no había tenido una? ¿En qué momento había decidido llevar “lo que yo era”? ¿Este equipaje que me pesaba si era mío o era de alguien más?...


Mi mamá fue quien me enseñó que era el amor. Desde antes de nacer, ella ya me había entregado el significado de esa palabra tan inmensa: AMOR. Ella nos enseñó, a mi hermana y a mí, que el amor venia en forma de flores, que sabía a chocolate, era de detalles y olía a perfume. Nos enseñó que venía de la mano de un hombre caballeroso, que nos habría la puerta y nos dejaba entrar primero. Que el lenguaje del amor era desde la presencia y de ESTAR. Que el amor era el tiempo que le dedicaba a los demás y que los demás me dedicaban a mi. Ella nos enseñó ese amor que ella entendía, y que alguna vez mi abuela le enseñó y que mi bisabuela le enseñó en su momento a ella, y así… sucesivamente, en nuestro clan.


Un clan supremamente matriarcal que eclipsaba la figura masculina y su importancia, como un hangar de leonas, cazadoras y fuertes, todas proveedoras de la manada. Por otro lado, mi papá me enseñó otro amor, un amor que no entendí durante más de 20 años. Un amor que me hablaba en otro lenguaje, uno que no sabía hablar, el de la ausencia. Mi papá me enseñó que el amor era un reto, que era un reto hacer que uno hombre me viera. Que el amor era eso que sucedía cuando el otro me veía. Así como él vió a Lina, la mujer que eligió para que fuera su compañera de camino. Otra mujer, distinta a mi mamá. Mi papá me enseñó que el amor era cuando un hombre te veía y te elegía por encima de otros.


De mi mamá aprendí a “tener que ser capaz” porque debía ser la “leona poderosa” de la manada. De mi papá aprendí a que solo me iba a ver un hombre si yo era una bomba sensual y era completamente hermoso físicamente. De mi mamá aprendí que cuando alguien hiciera algo que no me gustaba lo castigaba negándole el amor. De mi papá aprendí a que los hombres se van, que los hombres huían y me iban a abandonar.


Cargué durante AÑOS unos equipajes que no eran míos, muchas cosas que no me correspondían, que no solo venían de mis padres, sino de más arriba, de mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Creencias limitantes del clan del que vengo. Me sentí durante años con una carga gigante sobre mis hombros, como si yo estuviera llevando esos deseos que algún día tuvo mi mamá del amor y evitar a toda costa eso que vivió con mi papá. Sentía como yo los tenía que realizar para decirle "¡¡¡MAMI MIRA QUE SI!! MIRA QUE EL AMOR SÍ ES COMO TÚ TE LO IMAGINABAS, MIRA QUE SI EXISTÍA!!" porque esa iba a ser mi manera de honrarla, de hacerla sentir el amor profundo que le tengo. Cargué con expectativas ajenas sobre las relaciones, durante mucho, expectativas que yo (desde chiquito) decidí llevar.


Y eso ha sido lo que me ha hecho sufrir tanto, esa idea errada por creer que honrar es reproducir las maneras de quienes amo, de mis padres y mi familia. Honrar no tiene nada que ver con eso. Si algo es claro es que quien no honra a papá y a mamá no le prosperarán sus relaciones, es más, ni siquiera le llegará esa relación desde el alma sino desde la carencia, desde la herida. Creemos que honrar es comprarle una casa a los papás, o pagarles un viaje o hablar con ellos todos los días, y no. La mayor forma de honrar a papá y a mamá es SIENDO PROFUNDAMENTE FELICES CON LO QUE SOMOS, SIENDO NOSOTROS MISMOS, HACIENDO ESO QUE NOS PONE A VIBRAR EL ALMA. Honrarlos es vivir nuestra vida, no la de ellos.


Honrar no es ser el salvador de una relación que no es mía. Honrar también es entender y respetar que lo que pasó entre ellos dos, es de ellos dos. Que no es mi responsabilidad. Que no tengo porque tomar cartas en ese asunto, ni tengo que ponerme del bando de mi mamá para protegerla y atacar a mi papá o entender a mi papá y sentir remordimiento porque abandono a mi mamá. Yo soy el hijo, ellos los padres, y la relación no fue mía nunca y por eso, por lo que haya sucedido entre nuestros padres, no debemos sentir culpas.


Mi mamá y mi papá solo estaban siendo ellos, en su manera perfecta de ser, entregándome todo eso que ellos debían darme para yo poder ser lo que soy hoy. Ellos, entregándome todas las herramientas que debía cargar hasta un momento de mi vida para ser yo mismo. Digo que “me enseñaron” porque así lo entendía en el pasado: como algo con lo que me educaron, y no algo que YO decidí tomar y cargar como verdad desde que era un chiquibaby. Siempre somos nosotros los que decidimos que queremos llevar.


Las constelaciones me llevaron por un camino que apenas comenzó, que jamás terminará porque jamás seremos producto terminado, pero que cada vez dolerá menos, que cada vez sanará más y más.


Mi mamá me enseñó que el amor venia en forma de flores. Los que me conocen saben que me encantan las flores, me encanta que me regalen flores. Pero ya no asocio amor con ese hecho. No porque no me regale flores, significa que no me ama. Las flores son flores, el amor es el amor.



Gracias Mamá. Gracias Papá. Los honro, los amo y los respeto.



Besitos.



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